Nací y crecí en una Bogotá donde el caos
imperaba. Recuerdo aquella Carrera 13 intransitable y apoderaba de vendedores
ambulantes o la Avenida Caracas, con trancones interminables; las basuras por
todos lados, el miedo terrorista y la falta de entusiasmo que imperaba en todos
los bogotanos. Para los inmigrantes, era un infierno al que se sometían por ser
la capital, pero en realidad añoraban profundamente sus lugares de origen. Esa
fue la Bogotá oscura y siniestra de los años 80 de la que cual fui testigo.
De pronto esa ciudad, a pesar de su suerte,
empezó a cambiar cuando el entusiasmo de los bogotanos por arrebatarle la
ciudad a la politiquería -cuyo único propósito era mantener un fortín-, eligió
un académico que, con educación y orden, llevó a la ciudad por el camino de la
trasparencia y la institucionalidad. No sólo el ánimo de quienes aquí vivíamos,
sino incluso los foráneos comenzaron a sentir apropiación por ella. Tal fue el
entusiasmo capitalino, que ese alcalde renunció para intentar ser presidente,
pero de ese episodio solo queda el sin sabor de la renuncia.
Después Bogotá elegiría un alcalde desconocido
para evitar que la ciudad volviera a caer en las garras de la politiquería,
este nuevo alcalde sorprendería al aprovechar la institucionalidad creada para
trasformar la ciudad y la ciudad, en tiempo record, se trasformó como nunca habíamos
pensado que podría suceder, con espacios públicos de primera calidad,
construcción de parques y bibliotecas, recuperación de los humedales. También
se conocieron las ciclorutas, se combatió la piratería con Metrovivienda e inauguramos
Trasmilenio. “Más promesas, menos obras” rezaba irónicamente un grafiti. En ese
entonces, Bogotá vivía 2.600 metros más cerca de las estrellas.
Seguidamente aquel ex alcalde volvió a ser
elegido pidiendo perdón a los bogotanos por haber renunciado y el entusiasmo
creció cada día más; los foráneos comenzaron a sentirse bogotanos y los
bogotanos mas orgullosos que nunca nos sentíamos de la capital. Tal era el
sentimiento, que la gente pagaba voluntariamente 10% más de sus impuestos para
que el progreso de la ciudad creciera más rápido y Bogotá se convirtiera en la
metrópoli que merecía ser por ser la ciudad mas rica y prospera del país.
La ciudad parecía encarrilada. El nuevo alcalde
con habilidad e inteligencia, continuó construyendo sobre lo construido, enfocándose
en el aspecto social y ampliando programas de alimentación y asistencia como su
tendencia política le guiaba. Todo parecía estar bien y el futuro asegurado,
pero nadie se percataría que la ciudad calladamente había vuelto a ser tomada
por la politiquería.
Y fue ahí cuando, bajo la promesa de convertir
a la ciudad en una metropoli con metro, el pasado volvió con todas sus garras a
la ciudad. Otra vez Bogotá era un fortín político. Y construir sobre lo
construido fue remplazado por robar lo construido. La institucionalidad y la
trasparecía desaparecieron y, como en tiempos vikingos, fue saqueada y
destruida.
La ciudad despertó indignada con lo que sucedía,
desesperada por retomar el rumbo perdido. Pero esta vez la politiquería fue más
hábil y rápidamente salió a denunciar lo que ellos mismos hacían y, junto con con
una cantidad de promesas populistas e irreales, conservaron la administración bajo
otro nombre y la falsa bandera de la anticorrupción.
Pero al poco tiempo comenzamos a descubrir a un
gobernante autoritario, formado en oposición y no en proposición, que aprovechó
la falta de institucionalidad y de trasparencia heredada de su antiguo partido
para hacer lo que quiso sin importar la ley, y así los bogotanos conocimos que
es destruir lo construido: esquema de basuras, POT, ALO, comedores comunitarios,
colegios en concesión, Trasmilenio, etc. En un afán ególatra y mesiánico, no de
corregir el rumbo de la ciudad, sino de utilizarla para ser presidente sin
importar cuanta corrupción, ineptitud y mentiras se requiriera.
Hoy el panorama es de una ciudad tomada por la
improvisación, la falta de planeación y el desorden en espera de otra
oportunidad. Caminar por la carrera 13 recuerda esa ciudad oscura y caótica de
mi niñez que creíamos superada. Los foráneos otra vez son foráneos y los
bogotanos otra vez estamos resignados a la ciudad que no es.
Pero soy bogotano y el entusiasmo es más fuerte.
Sé que las peores crisis producen los cambios más importantes. Sueño con ver mi
ciudad como un ejemplo mundial de urbanismo, de calidad de vida, de cultura
ciudadana; sueño con una ciudad tan apropiada de sus cerros como de su río; sueño
con una ciudad donde todos seamos iguales y con las mismas oportunidades, y
aunque no tengamos la misma casa, todos tengamos una; sueño con una ciudad
gobernada por los intereses de los ciudadanos y no por los intereses de los
políticos; sueño que Bogotá se convierta en una verdadera metrópoli a pesar de
sí misma.
@DonQuestion
Agosto 2.014
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